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miércoles, 12 de enero de 2011

UN BAR mui BAR


Conozco a Juanjo y a Mercedes desde hace muchos años. Hemos comido juntos, cocinado juntos, bebido juntos, reído y charlado hasta la madrugada. Quiero decir con esto, que cuando hablo de ellos, de sus locales y de su cocina no soy objetiva, no puedo serlo. A pesar de ésto, Juanjo se queja de que soy una puntillosa, que pongo pegas a todo cuanto me saca a la mesa, que nunca estoy conforme. Tras mi primera visita a mui no había pegas que poner, al menos a la comida, y así lo conté en Facebook, tal cual fue. Este post surge después de una segunda visita y varias reflexiones.

El local quiere ser un bar, como los de toda la vida y no otra cosa. ¡Qué bien que defendamos lo que nos es propio, que no dejemos que se evapore nuestra esencia!
Eso sí, con un producto excepcional y una cocina cuidada: no esperábamos menos de Juanjo.


La carta está compuesta por tapas y raciones clásicas, que no pasan de los 12 euros,
salvo algunas latas excepcionales de Ramón Peña etiqueta negra, como las de berberechos.




Con la decoración se ha querido reforzar esa idea de bar, pero algo ha fallado y se ha perdido una oportunidad. El espacio -que podía ser vistoso- se ha quedado frío, con zonas inconexas y detalles que no acaban de encajar, como los individuales azules sobre las mesas que parecen alfombrillas para el ratón del ordenador o la iluminación, mal resuelta. La fachada, también resulta un poco chocante, más propia de un barrio de Tokio que de la calle la Ballesta.

Sin embargo, tiene mucha gracia la barra, larga, larga, en la que se empiezan exhibiendo ostras en un extremo para terminar mostrando una de esas espectaculares máquinas italianas de cortar fiambre en el otro, y que está divida por sectores: ostras, laterío, embutidos (que ricas la finochiona italiana y la mortadela)...

El punto chisposo lo pondrá el personal cuando se anime a cantar las raciones como en los bares castizos. De momento el que vocea es Juanjo: ¡MARCHANDO UNA DE BRAVAS! ¡UNA DE MEJILLONES! ¡CAÑA Y ENSALADILLA! Los camareros, en el mejor de los casos, responden amilanados, algunos ni eso. Un poquito más de marcha, señores, que esto no es un tres estrellas, estamos en un bar, en un bar de Madrid, y se tiene que notar!!!

Como en todos los bares, al fondo siempre hay sitio, por eso allí han instalado una cocina vista, donde Juanjo quiere que se haga un showcooking con cocineros invitados y un montón de cosas más: el concepto empieza a complicarse...




La comida, no es que esté por encima de la media de la que se sirve en los bares,
es que es otra dimensión. Las gildas son para llevarse un tupper, los torreznos con yema de huevo (huevos que suministra Higinio Gómez) hacen suspirar; la tortilla con cebolla, va directa al top 10; la ensaladilla, no es la de la tasquita, pero está fetén, la hamburguesa, que es un steak tartar metido entre dos panes de sandwich, resulta chocante y divertida, las lentejas -de calidad excepcional- están riquísimas...

Las croquetas que en mi primera visita me dejaron impactada (hago muchas croquetas en casa y conozco a fondo las dificultades y los trucos), en la segunda me decepcionaron: no es que estuvieran mal, no, en esta casa no he comido nada que esté mal, pero no eran, ni de lejos las de la primera vez. El interior no estaba tan cremoso -casi líquido- como el primer día y el rebozado seguía -ya sin justificación- siendo muy grueso. Al llegar las berenjenas -acompañadas de salsa de mostaza y miel- mi temor aumentó: ¡ojo con la freidora! pensé. Y con las patatas bravas terminó por confirmarse la sospecha... Algo falla con los fritos.
Tonterías, nada que no tenga solución.

Pero todo esto me hace pensar que si la regularidad en un restaurante es importante,
en un bar es vital.
Al reto diario de salir airoso se une la presión de las avalanchas, las aglomeraciones, las prisas, los picos de trabajo, el no dar a basto... La posibilidad de morir de éxito.
No es lo mismo hacer croquetas para seis mesas, que amasar y freír ochocientas. Ni preparar dos kilos de patatas bravas, que cincuenta. En esta casa todo se hace al momento, como en los bares de antes cuando no se sabía de vacíos ni ensamblajes, y eso requiere un equipo de cocina acostumbrado a torear en todas las plazas. El ritmo de mui es muy. Tremendo e infernal.
No se puede bajar la guardia.
El fin de semana pasado dieron tres vueltas a las mesas, y la locura no ha hecho más que empezar.
El éxito es inminente. Pero a mi amigo Juanjo le auguro unos cuantos kilos menos, porque aunque él no quiera, le va a tocar trabajar.

Ficha


Dirección: Ballesta, 4. Madrid. Teléfono: 91 522 57 86.
Cierra: Domingos y lunes
Precio medio sin bebida: 18 €.

Quién me habrá mandado empezar un blog????

Me lo temía. Esto va a ser un desastre!!!
El domingo tenía pensado escribir un post sobre la cocina vintage. Venía a cuento de que estaba preparando un solomillo Wellington para comer -en mi familia somos así de divinos, después de los excesos navideños, nos zampamos un solomillo hojaldrado-. Pensé le hago fotitos al solomillo, paso a paso, y las cuelgo en el blog. Es un plato que parece difícil pero que no lo es, es muy francés, muy tradicional y muy sabroso... ¿Y qué paso? Pues que hice todas las fotos menos la última, la del solomillo terminado, porque con la emoción y las prisas nos lo comimos, y cuando quise darme cuenta solo quedaba la bandeja con algunas miguitas de hojaldre y restos de foie-gras y champiñón.
"Bueno -pensé- pues en el blog cuento la historieta del origen, la receta y pongo las fotos del paso a paso". Como ya no me daba tiempo, lo dejé para el martes.
El martes fui a comer a mui, el recién estrenado bar de Juanjo y Mercedes (La tasquita de Enfrente), del que hice un apunte de tres líneas en Facebook la semana pasada. Fotografié todos los platos con idea de escribir una reseña y cuando llegué a casa y me puse a descargar las fotos... Nada, que no hay manera que el programa dice que nones... que si error de esto y de lo otro... Así que las tengo en el móvil y no las puedo sacar... Ya sabía yo que esto del blog solo me iba a dar quebraderos de cabeza.
Para no dejaros con la intriga, y mientras veo si consigo sacar las fotos de la cajita Nokia, os diré que el origen del dichoso solomillo no está muy claro, según parece se le ofreció al general Wellington -vencedor de la batalla de Waterloo- durante el Congreso de Viena. En la época estaba de moda poner a los platos nombres de personajes famosos, a los que en teoría se dedicaba la receta. La pieza se recubre primero con un picadillo (farsa) de cebolla, champiñones , todo bien pochado y alegrado con un buen chorro de brandy de Jerez, al que se añade foie-gras de pato; después se envuelve en hojaldre y se hornea unos 20 minutos para que la costra quede dorada y la carne (1 kg) sonrosada.
Lo ideal sería hacer el hojaldre en casa, porque los industriales que se venden en los supermercados de España no están elaborados con mantequilla, sino con grasas vegetales, insípidas y tal vez insalubres, quien sabe. Pero el hojaldre casero es casi un acto de fé, desde luego yo no soy capaz de doblar y doblar y volver a doblar la masa, hasta la extenuación sobre un mármol frío, así que le pedí a una amiga que venía de Francia que me trajera uno francés hecho con mantequilla - se lo voy a pedir al jefe de compras del Gourmet del Corte Inglés donde tienen los croasanes de la misma marca, Bridor- y con él preparé mi solomillo.

Sobre mui y la cocina vintage hablaré otro día que no tenga que pelearme con la tecnología. Solo quería demostrarme a mí misma que soy capaz de afrontar mis compromisos y salir medio airosa de los berenjenales en los que me meto. Si consigo descargar las fotos, pondré la receta entera con tiempos, cantidades, etc...

sábado, 8 de enero de 2011

Deseo y realidad


Hace años que mis amigos me animan para que escriba mi propio blog. Hasta ahora no me había sentido capaz, y aún hoy no sé si lo conseguiré, esta deliciosa tontería requiere tiempo y disciplina. Y además engancha.
Pero ahí va mi buen propósito para el año recién estrenado. EL BLOG DE JULIA viene a sustituir a las libretitas que desde hace tiempo me acompañan en mis viajes, las mismas que garabateo sentada en las mesas de los restaurantes. También a la carpeta de recetas manuscritas que no ha parado de crecer desde hace cinco lustros, cuando hacía mis primeros pinitos en los fogones.