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lunes, 26 de septiembre de 2011

Pescados de piscina: el futuro ya está aquí

Ahora me doy cuenta de que tenía que haber grabado un vídeo, en lugar de tirar una foto fija. Ah! Soy lenta de reflejos. 


Esto que aparece en la imagen es un tanque de cría de rodaballos de la piscifactoría que Prodemar (http://www.stolt-nielsen.com/Stolt-Sea-Farm) tiene justo al comienzo de la playa de Carnota.
He tenido la suerte de poder asistir al ciclo completo de la cría y engorde de estos peces perezosos que viven, casi sin moverse, pegados al fondo del mar –o de la piscina-.
De pezqueñines nadan con su aleta dorsal hacia arriba, como una sardina, pero según crecen se van torciendo hasta desplazarse con la barriga pegada al suelo, como hacen todos los peces planos. En uno de los tanques (el de la foto superior) se pueden observar ejemplares en periodo de mutación (unos nadan en sentido perpendicular al fondo y los otros lo hacen en sentido horizontal), es una de las cosas mas curiosas y divertidas que he visto nunca.


 De jóvenes son blancos ( 2 fotos inferiores), como el nácar de las conchas y de adultos se vuelven más o menos oscuros para mimetizarse con los fondos  marinos en los que habitan.





Desarrollar una especie para su cría en granjas supone un esfuerzo tremendo en tiempo e investigación, y nos guste o no, la acuicultura se presenta como la única solución posible y sostenible a la demanda de pescado de países ictiófagos como el nuestro, que no contentos con haber arrasado nuestras aguas territoriales, somos capaces de acabar con las de los vecinos, si nos dejan. Baste recordar que España es el tercer importador mundial de pescado y marisco que llega desde China, Vietnam, Tailandia, Yemen... El tristemente famoso “panga” es un pescado de acuicultura procedente del sudeste asiático, que nadie crea que se pesca en Finisterre.
Por eso no comprendo la animadversión que estas granjas marinas suscitan. El desarrollo que han alcanzado las sociedades modernas tiene un precio, nada es gratis: por lo único que podemos luchar es porque ese precio sea el menor posible. El resto son utopías románticas.
En las granjas de Prodemar –no sé en otras- se reproduce el ciclo vital completo, es decir, tienen peces sementales dedicados a la puesta y fecundación de huevos. No pescan ejemplares salvajes para su engorde, como se hace con los atunes.
Después alimentan a los alevines nacidos en cautividad con las algas y el plancton que ellos mismo producen en enormes tanques, con lo que tampoco arrebatan al mar el alimento. Durante la edad adulta ingieren harinas de pescado (tal vez esto sea lo que menos me gusta) y después son sacrificados aplicándoles frío. Todo el ciclo se desarrolla en piscinas por las que circula constantemente agua de mar enriquecida con oxígeno, que se toma de la costa y se devuelve a ella.
En cuanto al tema gastronómico, los pescados planos tienen una ventaja evidente: como por naturaleza son sedentarios, su vida en las piscinas modifica muy poco sus hábitos. Cosa que no sucede en el caso de otras especies más nadadoras (no digamos si se compara con el atún). Esto implica que la textura de la carne a penas sufre modificaciones, y tampoco se alteran los porcentajes de grasa y músculo. El quiz de la cuestión para conseguir pescados de calidad es la alimentación. Cuanto más se cuide, mejor será el sabor de la carne. No es de extrañar que en breve veamos pescados de acuicultura a precios diferentes que reflejarán calidades distintas. El consumidor podrá elegir. Lo único que se puede reprochar a estos pescados es el regusto a lodo que a veces los delata, pero me han contado que tiene solución. Veremos... 

jueves, 22 de septiembre de 2011

Pop up restaurants: ¿Tendencia o tomadura de pelo?

Aquí estoy, otra vez, dispuesta a retomar mi blog.
He vuelto de Londres hace una semana y como siempre que viajo a la capital británica he vuelto fascinada. No por su cocina sino por su vitalidad. Allí la palabra crisis no existe, o al menos el turista no la ve. Las tiendas están llenas, las calles son riadas humanas  y las reservas en algunos restaurantes deben hacerse con semanas de antelación.
En la visita hubo de todo: comidas estupendas como la de The Ledbury, uno de los locales más aclamados de la ciudad, que entró como una flecha en la lista 50 Best; otras más convencionales como la de Hisbiscus; algunas rápidas (Spud, Humus&Bros) otras lentísimas (Tom’s Terrace), la más simpática en Suda (tahilandes recién inaugurado, standar e informal) y una verdaderamente esperpéntica que es la que voy a relatar.
La última moda en las ciudades anglosajonas son los llamados "pop-up restaurants" (podéis ver el artículo The best pop-up in London en www.squaremeal.co.uk). Restaurantes de quita y pon, que aparecen y desaparecen, duran unos meses, o se montan para unas horas o un evento especial. Unos sirven como sala de ensayo, otros son meras terrazas que abren solo mientras hay sol y otros cimientan su razón de ser en la cocina de temporada. 

Esta es la filosofía que inspira Bonnie and Wild (www.boniewild.co.uk), el lugar al que me fui a cenar. Está al Este de la ciudad, en Soreditch, la zona donde se cuece la movida del diseño londinense. Sus creadores lo definen como un “part time restaurant” o “restaurante a tiempo parcial”. El local es una antigua cantina (M.Manze) bastante famosa en el barrio, en la que se venden “pies” (pasteles salados), y que solo abre por las mañanas.
Las noches de los viernes y sábados, una sociedad formada por dos empresas comercializadoras de productos escoceses (Bonnie, especialista en pescados, y Wild, distribuidora de carnes de caza) toman prestado el local (lo alquilan, supongo) para ofrecer a una variopinta clientela auténtica cocina escocesa.

La reserva se hace on-line. Ofrecen un menú cerrado de tres platos  por 29 libras a los que se suman otras tres de los platos de guarnición. Al final 35, que traducido a euros son 40, sin propina ni bebidas.
No sirven vino porque no tienen licencia, así que hay que llevárselo, o en el mejor de los casos pedir al camarero que salga a comprar cervezas y abonarlas a parte. (Tampoco pueden llamar a un taxi al finalizar la cena porque no tienen permiso para usar el teléfono)
Los bancos de las mesas son como un potro de tortura, pensados para una comida rápida, pero no para una larga cena.
Como el espacio de la cocina no es el adecuado, el servicio se alarga hasta el infinito (casi tres horas) a pesar de los esfuerzos de los tres camareros/as por entretener al personal.
Las cenas se amenizan con jazz de la Motown ¡genial!, pero como el local no tiene condiciones, el ruido es insoportable.
Pasar por todo esto valdría la pena si la comida fuera excepcional, pero nada de eso: las ostras pasables, el el pìchón corriente y las perdices de suelta. El pie de limón basto como la lija. Las reseñas en los periódicos locales animaban a visitarlo sin dudar. 



El local estaba lleno hasta arriba y el personal parecía disfrutar de lo lindo. ¿Alguien me lo puede explicar? ¿Dónde está la gracia? ¿De verdad esto es una nueva tendencia? ¿Un nuevo modelo de negocio? Me temo que la era de los “gastro victims” no ha hecho más que comenzar y pronto sufriremos las consecuencias.

miércoles, 12 de enero de 2011

UN BAR mui BAR


Conozco a Juanjo y a Mercedes desde hace muchos años. Hemos comido juntos, cocinado juntos, bebido juntos, reído y charlado hasta la madrugada. Quiero decir con esto, que cuando hablo de ellos, de sus locales y de su cocina no soy objetiva, no puedo serlo. A pesar de ésto, Juanjo se queja de que soy una puntillosa, que pongo pegas a todo cuanto me saca a la mesa, que nunca estoy conforme. Tras mi primera visita a mui no había pegas que poner, al menos a la comida, y así lo conté en Facebook, tal cual fue. Este post surge después de una segunda visita y varias reflexiones.

El local quiere ser un bar, como los de toda la vida y no otra cosa. ¡Qué bien que defendamos lo que nos es propio, que no dejemos que se evapore nuestra esencia!
Eso sí, con un producto excepcional y una cocina cuidada: no esperábamos menos de Juanjo.


La carta está compuesta por tapas y raciones clásicas, que no pasan de los 12 euros,
salvo algunas latas excepcionales de Ramón Peña etiqueta negra, como las de berberechos.




Con la decoración se ha querido reforzar esa idea de bar, pero algo ha fallado y se ha perdido una oportunidad. El espacio -que podía ser vistoso- se ha quedado frío, con zonas inconexas y detalles que no acaban de encajar, como los individuales azules sobre las mesas que parecen alfombrillas para el ratón del ordenador o la iluminación, mal resuelta. La fachada, también resulta un poco chocante, más propia de un barrio de Tokio que de la calle la Ballesta.

Sin embargo, tiene mucha gracia la barra, larga, larga, en la que se empiezan exhibiendo ostras en un extremo para terminar mostrando una de esas espectaculares máquinas italianas de cortar fiambre en el otro, y que está divida por sectores: ostras, laterío, embutidos (que ricas la finochiona italiana y la mortadela)...

El punto chisposo lo pondrá el personal cuando se anime a cantar las raciones como en los bares castizos. De momento el que vocea es Juanjo: ¡MARCHANDO UNA DE BRAVAS! ¡UNA DE MEJILLONES! ¡CAÑA Y ENSALADILLA! Los camareros, en el mejor de los casos, responden amilanados, algunos ni eso. Un poquito más de marcha, señores, que esto no es un tres estrellas, estamos en un bar, en un bar de Madrid, y se tiene que notar!!!

Como en todos los bares, al fondo siempre hay sitio, por eso allí han instalado una cocina vista, donde Juanjo quiere que se haga un showcooking con cocineros invitados y un montón de cosas más: el concepto empieza a complicarse...




La comida, no es que esté por encima de la media de la que se sirve en los bares,
es que es otra dimensión. Las gildas son para llevarse un tupper, los torreznos con yema de huevo (huevos que suministra Higinio Gómez) hacen suspirar; la tortilla con cebolla, va directa al top 10; la ensaladilla, no es la de la tasquita, pero está fetén, la hamburguesa, que es un steak tartar metido entre dos panes de sandwich, resulta chocante y divertida, las lentejas -de calidad excepcional- están riquísimas...

Las croquetas que en mi primera visita me dejaron impactada (hago muchas croquetas en casa y conozco a fondo las dificultades y los trucos), en la segunda me decepcionaron: no es que estuvieran mal, no, en esta casa no he comido nada que esté mal, pero no eran, ni de lejos las de la primera vez. El interior no estaba tan cremoso -casi líquido- como el primer día y el rebozado seguía -ya sin justificación- siendo muy grueso. Al llegar las berenjenas -acompañadas de salsa de mostaza y miel- mi temor aumentó: ¡ojo con la freidora! pensé. Y con las patatas bravas terminó por confirmarse la sospecha... Algo falla con los fritos.
Tonterías, nada que no tenga solución.

Pero todo esto me hace pensar que si la regularidad en un restaurante es importante,
en un bar es vital.
Al reto diario de salir airoso se une la presión de las avalanchas, las aglomeraciones, las prisas, los picos de trabajo, el no dar a basto... La posibilidad de morir de éxito.
No es lo mismo hacer croquetas para seis mesas, que amasar y freír ochocientas. Ni preparar dos kilos de patatas bravas, que cincuenta. En esta casa todo se hace al momento, como en los bares de antes cuando no se sabía de vacíos ni ensamblajes, y eso requiere un equipo de cocina acostumbrado a torear en todas las plazas. El ritmo de mui es muy. Tremendo e infernal.
No se puede bajar la guardia.
El fin de semana pasado dieron tres vueltas a las mesas, y la locura no ha hecho más que empezar.
El éxito es inminente. Pero a mi amigo Juanjo le auguro unos cuantos kilos menos, porque aunque él no quiera, le va a tocar trabajar.

Ficha


Dirección: Ballesta, 4. Madrid. Teléfono: 91 522 57 86.
Cierra: Domingos y lunes
Precio medio sin bebida: 18 €.

Quién me habrá mandado empezar un blog????

Me lo temía. Esto va a ser un desastre!!!
El domingo tenía pensado escribir un post sobre la cocina vintage. Venía a cuento de que estaba preparando un solomillo Wellington para comer -en mi familia somos así de divinos, después de los excesos navideños, nos zampamos un solomillo hojaldrado-. Pensé le hago fotitos al solomillo, paso a paso, y las cuelgo en el blog. Es un plato que parece difícil pero que no lo es, es muy francés, muy tradicional y muy sabroso... ¿Y qué paso? Pues que hice todas las fotos menos la última, la del solomillo terminado, porque con la emoción y las prisas nos lo comimos, y cuando quise darme cuenta solo quedaba la bandeja con algunas miguitas de hojaldre y restos de foie-gras y champiñón.
"Bueno -pensé- pues en el blog cuento la historieta del origen, la receta y pongo las fotos del paso a paso". Como ya no me daba tiempo, lo dejé para el martes.
El martes fui a comer a mui, el recién estrenado bar de Juanjo y Mercedes (La tasquita de Enfrente), del que hice un apunte de tres líneas en Facebook la semana pasada. Fotografié todos los platos con idea de escribir una reseña y cuando llegué a casa y me puse a descargar las fotos... Nada, que no hay manera que el programa dice que nones... que si error de esto y de lo otro... Así que las tengo en el móvil y no las puedo sacar... Ya sabía yo que esto del blog solo me iba a dar quebraderos de cabeza.
Para no dejaros con la intriga, y mientras veo si consigo sacar las fotos de la cajita Nokia, os diré que el origen del dichoso solomillo no está muy claro, según parece se le ofreció al general Wellington -vencedor de la batalla de Waterloo- durante el Congreso de Viena. En la época estaba de moda poner a los platos nombres de personajes famosos, a los que en teoría se dedicaba la receta. La pieza se recubre primero con un picadillo (farsa) de cebolla, champiñones , todo bien pochado y alegrado con un buen chorro de brandy de Jerez, al que se añade foie-gras de pato; después se envuelve en hojaldre y se hornea unos 20 minutos para que la costra quede dorada y la carne (1 kg) sonrosada.
Lo ideal sería hacer el hojaldre en casa, porque los industriales que se venden en los supermercados de España no están elaborados con mantequilla, sino con grasas vegetales, insípidas y tal vez insalubres, quien sabe. Pero el hojaldre casero es casi un acto de fé, desde luego yo no soy capaz de doblar y doblar y volver a doblar la masa, hasta la extenuación sobre un mármol frío, así que le pedí a una amiga que venía de Francia que me trajera uno francés hecho con mantequilla - se lo voy a pedir al jefe de compras del Gourmet del Corte Inglés donde tienen los croasanes de la misma marca, Bridor- y con él preparé mi solomillo.

Sobre mui y la cocina vintage hablaré otro día que no tenga que pelearme con la tecnología. Solo quería demostrarme a mí misma que soy capaz de afrontar mis compromisos y salir medio airosa de los berenjenales en los que me meto. Si consigo descargar las fotos, pondré la receta entera con tiempos, cantidades, etc...

sábado, 8 de enero de 2011

Deseo y realidad


Hace años que mis amigos me animan para que escriba mi propio blog. Hasta ahora no me había sentido capaz, y aún hoy no sé si lo conseguiré, esta deliciosa tontería requiere tiempo y disciplina. Y además engancha.
Pero ahí va mi buen propósito para el año recién estrenado. EL BLOG DE JULIA viene a sustituir a las libretitas que desde hace tiempo me acompañan en mis viajes, las mismas que garabateo sentada en las mesas de los restaurantes. También a la carpeta de recetas manuscritas que no ha parado de crecer desde hace cinco lustros, cuando hacía mis primeros pinitos en los fogones.